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Del Viaje del Parnaso,

capítulo cuarto

  Suele la indignación componer versos;  
  pero si el indignado es algún tonto,  
  ellos tendrán su todo de perversos.  
  De mí yo no sé más sino que prompto  
  me hallé para decir en tercia rima

5

  lo que no dijo el desterrado a Ponto;  
  y así le dije a Delio: «No se estima,  
  señor, del vulgo vano el que te sigue  
  y al árbol sacro del laurel se arrima;  
  la envidia y la ignorancia le persigue,

10

  y así, envidiado siempre y perseguido,  
  el bien que espera por jamás consigue.  
  Yo corté con mi ingenio aquel vestido  
  con que al mundo la hermosa Galatea  
  salió para librarse del olvido.

15

  Soy por quien La Confusa, nada fea,  
  pareció en los teatros admirable,  
  si esto a su fama es justo se le crea.  
  Yo, con estilo en parte razonable,  
  he compuesto comedias que en su tiempo

20

  tuvieron de lo grave y de lo afable.  
  Yo he dado en Don Quijote pasatiempo  
  al pecho melancólico y mohíno,  
  en cualquiera sazón, en todo tiempo.  
  Yo he abierto en mis Novelas un camino

25

  por do la lengua castellana puede  
  mostrar con propiedad un desatino.  
  Yo soy aquel que en la invención excede  
  a muchos; y al que falta en esta parte,  
  es fuerza que su fama falta quede.

30

  Desde mis tiernos años amé el arte  
  dulce de la agradable poësía,  
  y en ella procuré siempre agradarte.  
  Nunca voló la pluma humilde mía  
  por la región satírica: bajeza

35

  que a infames premios y desgracias guía.  
  Yo el soneto compuse que así empieza,  
  por honra principal de mis escritos:  
  Voto a Dios, que me espanta esta grandeza.  
  Yo he compuesto romances infinitos,

40

  y el de Los celos es aquel que estimo,  
  entre otros que los tengo por malditos.  
  Por esto me congojo y me lastimo  
  de verme solo en pie, sin que se aplique  
  árbol que me conceda algún arrimo.

45

  Yo estoy, cual decir suelen, puesto a pique  
  para dar a la estampa al gran Pirsiles,  
  con que mi nombre y obras multiplique.  
  Yo, en pensamientos castos y sotiles,  
  dispuestos en soneto[s] de a docena,

50

  he honrado tres sujetos fregoniles.  
  También, al par de Filis, mi Silena  
  resonó por las selvas, que escucharon  
  más de una y otra alegre cantilena,  
  y en dulces varias rimas se llevaron

55

  mis esperanzas los ligeros vientos,  
  que en ellos y en la arena se sembraron.  
  Tuve, tengo y tendré los pensamientos,  
  merced al cielo que a tal bien me inclina,  
  de toda adulación libres y esentos.

60

  Nunca pongo los pies por do camina  
  la mentira, la fraude y el engaño,  
  de la santa virtud total rüina.  
  Con mi corta fortuna no me ensaño,  
  aunque por verme en pie como me veo,

65

  y en tal lugar, pondero así mi daño.  
  Con poco me contento, aunque deseo  
  mucho». A cuyas razones enojadas,  
  con estas blandas respondió Timbreo:  
  «Vienen las malas suertes atrasadas,

70

  y toman tan de lejos la corriente,  
  que son temidas, pero no escusadas.  
  El bien les viene a algunos de repente,  
  a otros poco a poco y sin pensallo,  
  y el mal no guarda estilo diferente.

75

  El bien que está adquerido, conservallo  
  con maña, diligencia y con cordura,  
  es no menor virtud que el granjeallo.  
  Tú mismo te has forjado tu ventura,  
  y yo te he visto alguna vez con ella,

80

  pero en el imprudente poco dura.  
  Mas, si quieres salir de tu querella,  
  alegre y no confuso, y consolado,  
  dobla tu capa y siéntate sobre ella;  
  que tal vez suele un venturoso estado,

85

  cuando le niega sin razón la suerte,  
  honrar más merecido que alcanzado».  
  «Bien parece, señor, que no se advierte»,  
  le respondí, «que yo no tengo capa».  
  Él dijo: «Aunque sea así, gusto de verte.

90

  La virtud es un manto con que tapa  
  y cubre su indecencia la estrecheza,  
  que esenta y libre de la envidia escapa».  
  Incliné al gran consejo la cabeza;  
  quedéme en pie, que no hay asiento bueno

95

  si el favor no le labra o la riqueza.  
  Alguno murmuró, viéndome ajeno  
  del honor que pensó se me debía,  
  del planeta de luz y virtud lleno.  
  En esto pareció que cobró el día

100

  un nuevo resplandor, y el aire oyóse  
  herir de una dulcísima armonía.  
  Y, en esto, por un lado descubrióse  
  del sitio un escuadrón de ninfas bellas,  
  con que infinito el rubio dios holgóse.

105

  Venía en fin y por remate dellas  
  una resplandeciendo, como hace  
  el sol ante la luz de las estrellas;  
  la mayor hermosura se deshace  
  ante ella, y ella sola resplandece

110

  sobre todas, y alegra y satisface.  
  Bien así semejaba cual se ofrece  
  entre líquidas perlas y entre rosas  
  la Aurora que despunta y amanece;  
  la rica vestidura, las preciosas

115

  joyas que la adornaban, competían  
  con las que suelen ser maravillosas.  
  Las ninfas que al querer suyo asistían,  
  en el gallardo brío y bello aspecto,  
  las artes liberales parecían;

120

  todas con amoroso y tierno afecto,  
  con las ciencias más claras y escondidas,  
  le guardaban santísimo respecto;  
  mostraban que en servirla eran servidas,  
  y que por su ocasión de todas gentes

125

  en más veneración eran tenidas.  
  Su influjo y su reflujo las corrientes  
  del mar y su profundo le mostraban,  
  y el ser padre de ríos y de fuentes.  
  Las yerbas su virtud la presentaban;

130

  los árboles, sus frutos y sus flores;  
  las piedras, el valor que en sí encerraban.  
  El santo amor, castísimos amores;  
  la dulce paz, su quïetud sabrosa;  
  la guerra amarga, todos sus rigores.

135

  Mostrábasele clara la espaciosa  
  vía por donde el sol hace contino  
  su natural carrera y la forzosa.  
  La inclinación o fuerza del destino,  
  y de qué estrellas consta y se compone,

140

  y cómo influye este planeta o signo,  
  todo lo sabe, todo lo dispone  
  la santa y hermosísima doncella,  
  que admiración como alegría pone.  
  Preguntéle al parlero si en la bella

145

  ninfa alguna deidad se disfrazaba  
  que fuese justo el adorar en ella;  
  porque en el rico adorno que mostraba,  
  y en el gallardo ser que descubría,  
  del cielo y no del suelo semejaba.

150

  «Descubres», respondió, «tu bobería;  
  que ha que la tratas infinitos años,  
  y no conoces que es la Poësía».  
  «Siempre la he visto envuelta en pobres paños»,  
  le repliqué; «jamás la vi compuesta

155

  con adornos tan ricos y tamaños;  
  parece que la he visto descompuesta,  
  vestida de color de primavera  
  en los días de cutio y los de fiesta».  
  «Esta, que es la Poesía verdadera,

160

  la grave, la discreta, la elegante»,  
  dijo Mercurio, «la alta y la sincera,  
  siempre con vestidura rozagante  
  se muestra en cualquier acto que se halla,  
  cuando a su profesión es importante.

165

  Nunca se inclina o sirve a la canalla  
  trovadora, maligna y trafalmeja,  
  que en lo que más ignora menos calla.  
  Hay otra falsa, ansiosa, torpe y vieja,  
  amiga de sonaja y morteruelo,

170

  que ni tabanco ni taberna deja;  
  no se alza dos ni aun un coto del suelo,  
  grande amiga de bodas y bautismos,  
  larga de manos, corta de cerbelo.  
  Tómanla por momentos parasismos;

175

  no acierta a pronunciar, y, si pronuncia,  
  absurdos hace y forma solecismos.  
  Baco, donde ella está, su gusto anuncia,  
  y ella derrama en coplas el poleo,  
  con pa y vereda, y el mastranzo y juncia.

180

  Pero aquesta que ves es el aseo,  
  la [g]ala de los cielos y la tierra,  
  con quien tienen las Musas su bureo;  
  ella abre los secretos y los cierra,  
  toca y apunta de cualquiera ciencia

185

  la superficie y lo mejor que encierra.  
  Mira con más ahínco su presencia:  
  verás cifrada en ella la abundancia  
  de lo que en bueno tiene la excelencia;  
  moran con ella en una misma estancia

190

  la divina y moral filosofía,  
  el estilo más puro y la elegancia;  
  puede pintar en la mitad del día  
  la noche, y en la noche más escura  
  el alba bella que las perlas cría;

195

  el curso de los ríos apresura,  
  y le detiene; el pecho a furia incita,  
  y le reduce luego a más blandura;  
  por mitad del rigor se precipita  
  de las lucientes armas contrapuestas,

200

  y da vitorias y vitorias quita.  
  Verás cómo le prestan las florestas  
  sus sombras, y sus cantos los pastores,  
  el mal sus lutos y el placer sus fiestas,  
  perlas el Sur, Sabea sus olores,

205

  el oro Tíbar, Hibla su dulzura,  
  galas Milán y Lusitania amores.  
  En fin, ella es la cifra do se apura  
  lo provechoso, honesto y deleitable,  
  partes con quien se aumenta la ventura.

210

  Es de ingenio tan vivo y admirable,  
  que a veces toca en puntos que suspenden,  
  por tener no sé qué de inescrutable.  
  Alábanse los buenos, y se ofenden  
  los malos con su voz, y destos tales

215

  unos la adoran, otros no la entienden.  
  Son sus obras heroicas inmortales;  
  las líricas, süaves de manera  
  que vuelven en divinas las mortales.  
  Si alguna vez se muestra lisonjera,

220

  es con tanta elegancia y artificio,  
  que no castigo sino premio espera.  
  Gloria de la virtud, pena del vicio  
  son sus acciones, dando al mundo en ellas  
  de su alto ingenio y su bondad indicio».

225

  En esto estaba, cuando por las bellas  
  ventanas de jazmines y de rosas  
  (que Amor estaba, a lo que entiendo, en ellas),  
  divisé seis personas religiosas,  
  al parecer de honroso y grave aspecto,

230

  de luengas togas, limpias y pomposas.  
  Preguntéle a Mercurio: «¿Por qué efecto  
  aquéllos no parecen y se encubren,  
  y muestran ser personas de respecto?»  
  A lo que él respondió: «No se descubren,

235

  por guardar el decoro al alto estado  
  que tienen, y así el rostro todos cubren».  
  «¿Quién son», le repliqué, «si es que te es dado  
  dicirlo?» Respondióme: «No, por cierto,  
  porque Apolo lo tiene así mandado».

240

  «¿No son poetas?» «Sí». «Pues yo no acierto  
  a pensar por qué causa se desprecian  
  de salir con su ingenio a campo abierto.  
  ¿Para qué se embobecen y se anecian,  
  escondiendo el talento que da el cielo

245

  a los que más de ser suyos se precian?  
  ¡Aquí del rey! ¿Qué es esto? ¿Qué recelo  
  o celo les impele a no mostrarse  
  sin miedo ante la turba vil del suelo?  
  ¿Puede ninguna ciencia compararse

250

  con esta universal de la Poesía,  
  que límites no tiene do encerrarse?  
  Pues, siendo esto verdad, saber querría,  
  entre los de la carda, cómo se usa  
  este miedo, o melindre, o hipocresía.

255

  Hace monseñor versos y rehúsa  
  que no se sepan, y él los comunica  
  con muchos, y a la lengua ajena acusa;  
  y más que, siendo buenos, multiplica  
  la fama su valor, y al dueño canta

260

  con voz de gloria y de alabanza rica.  
  ¿Qué mucho, pues, si no se le levanta  
  testimonio a un pontífice poeta,  
  que digan que lo es? Por Dios, que espanta.  
  Por vida de Lanfusa la discreta,

265

  que si no se me dice quién son estos  
  togados de bonete y de muceta,  
  que con trazas y modos descompuestos  
  tengo de reducir a behetría  
  estos tan sosegados y compuestos».

270

  «Por Dios», dijo Mercurio, «y a fee mía,  
  que no puedo decirlo, y si lo digo,  
  tengo de dar la culpa a tu porfía».  
  «Dilo, señor, que desde aquí me obligo  
  de no decir que tú me lo dijiste»,

275

  le dije, «por la fe de buen amigo».  
  Él dijo: «No nos cayan en el chiste,  
  llégate a mí, dirételo al oído,  
  pero creo que hay más de los que viste:  
  aquél que has visto allí del cuello erguido,

280

  lozano, rozagante y de buen talle,  
  de honestidad y de valor vestido,  
  es el doctor Francisco Sánchez; dalle  
  puede, cual debe, Apolo la alabanza,  
  que pueda sobre el cielo levantalle;

285

  y aun a más su famoso ingenio alcanza,  
  pues en las verdes hojas de sus días  
  nos da de santos frutos esperanza.  
  Aquél que en elevadas fantasías  
  y en éstasis sabrosos se regala,

290

  y tanto imita las acciones mías,  
  es el maestro Hortensio, que la gala  
  se lleva de la más rara elocuencia  
  que en las aulas de Atenas se señala;  
  su natural ingenio con la ciencia

295

  y ciencias aprendidas le levanta  
  al grado que le nombra la excelencia.  
  Aquél de amarillez marchita y santa,  
  que le encubre de lauro aquella rama  
  y aquella hojosa y acopada planta,

300

  fray Juan Baptista Capataz se llama:  
  descalzo y pobre, pero bien vestido  
  con el adorno que le da la fama.  
  Aquél que del rigor fiero de olvido  
  libra su nombre con eterno gozo,

305

  y es de Apolo y las Musas bien querido,  
  anciano en el ingenio y nunca mozo,  
  humanista divino, es, según pienso,  
  el insigne doctor Andrés del Pozo.  
  Un licenciado de un ingenio inmenso

310

  es aquél, y, aunque en traje mercenario,

.

  como a señor le dan las Musas censo;  
  Ramón se llama, auxilio necesario  
  con que Delio se esfuerza y ve rendidas  
  las obstinadas fuerzas del contrario.

315

  El otro, cuyas sienes ves ceñidas  
  con los brazos de Dafne en triunfo honroso,  
  sus glorias tiene en Alcalá esculpidas;  
  en su ilustre teatro vitorioso  
  le nombra el cisne, en canto no funesto,

320

  siempre el primero, como a más famoso;  
  a los donaires suyos echó el resto  
  con propriedades al gorrón debidas,  
  por haberlos compuesto o descompuesto.  
  Aquestas seis personas referidas,

325

  como están en divinos puestos puestas,  
  y en sacra religión constitüidas,  
  tienen las alabanzas por molestas  
  que les dan por poetas, y holgarían  
  llevar la loa sin el nombre a cuestas».

330

  «¿Por qué», le pregunté, «señor, porfían  
  los tales a escribir y dar noticia  
  de los versos que paren y que crían?  
  También tiene el ingenio su codicia,  
  y nunca la alabanza se desprecia

335

  que al bueno se le debe de justicia.  
  Aquél que de poeta no se precia,  
  ¿para qué escribe versos y los dice?  
  ¿Por qué desdeña lo que más aprecia?  
  Jamás me contenté ni satisfice

340

  de hipócritos melindres: llanamente  
  quise alabanzas de lo que bien hice».  
  «Con todo, quiere Apolo que esta gente  
  religiosa se tenga aquí secreta»,  
  dijo el dios que presume de elocuente.

345

  Oyóse, en esto, el son de una corneta,  
  y un «¡trapa, trapa, aparta, afuera, afuera,  
  que viene un gallardísimo poeta!»  
  Volví la vista y vi por la ladera  
  del monte un postillón y un caballero

350

  correr, como se dice, a la ligera;  
  servía el postillón de pregonero,  
  mucho más que de guía, a cuyas voces  
  en pie se puso el escuadrón entero.  
  Preguntóme Mercurio: «¿No conoces

355

  quién es este gallardo, este brïoso?  
  Imagino que ya le reconoces».  
  «Bien sé», le respondí, «que es el famoso  
  gran don Sancho de Leiva, cuya espada  
  y pluma harán a Delio venturoso;

360

  venceráse sin duda esta jornada  
  con tal socorro». Y, en el mismo instante,  
  cosa que parecía imaginada,  
  otro favor no menos importante  
  para el caso temido se nos muestra,

365

  de ingenio y fuerzas y valor bastante:  
  una tropa gentil por la siniestra  
  parte del monte se descubre, ¡oh cielos,  
  que dais de vuestra providencia muestra!  
  Aquel discreto Juan de Vasconcelos

370

  venía delante en un caballo bayo,  
  dando a las musas lusitanas celos.  
  Tras él, el capitán Pedro Tamayo  
  venía, y, aunque enfermo de la gota,  
  fue al enemigo asombro, fue desmayo;

375

  que por él se vio en fuga y puesto en rota,  
  que en los dudosos trances de la guerra  
  su ingenio admira y su valor se nota.  
  También llegaron a la rica tierra,  
  puestos debajo de una blanca seña,

380

  por la parte derecha de la sierra,  
  otros, de quien tomó luego reseña  
  Apolo; y era dellos el primero  
  el joven don Fernando de Lodeña,  
  poeta primerizo, insigne empero,

385

  en cuyo ingenio Apolo deposita  
  sus glorias para el tiempo venidero.  
  Con majestad real, con inaudita  
  pompa llegó, y al pie del monte para  
  quien los bienes del monte solicita:

390

  el licenciado fue Juan de Vergara  
  el que llegó, con quien la turba ilustre  
  en sus vecinos miedos se repara,  
  de Esculapio y de Apolo gloria y lustre,  
  si no, dígalo el santo bien partido,

395

  y su fama la misma envidia ilustre.  
  Con él, fue con aplauso recebido  
  el docto Juan Antonio de Herrera,  
  que puso en fil el desigual partido.  
  ¡Oh, quién con lengua en nada lisonjera,

400

  sino con puro afecto en grande exceso,  
  dos que llegaron alabar pudiera!  
  Pero no es de mis hombros este peso:  
  fueron los que llegaron los famosos,  
  los dos maestros Calvo y Valdivieso.

405

  Luego se descubrió por los undosos  
  llanos del mar una pequeña barca  
  impelida de remos presurosos;  
  llegó, y al punto della desembarca  
  el gran don Juan de Argote y de Gamboa,

410

  en compañía de don Diego Abarca,  
  sujetos dignos de incesable loa;  
  y don Diego Jiménez y de Anciso  
  dio un salto a tierra desde la alta proa.  
  En estos tres la gala y el aviso

415

  cifró cuanto de gusto en sí contienen,  
  como su ingenio y obras dan aviso.  
  Con Juan López del Valle otros dos vienen  
  juntos allí, y es Pamonés el uno,  
  con quien las Musas ojeriza tienen,

420

  porque pone sus pies por do ninguno  
  los puso, y con sus nuevas fantasías  
  mucho más que agradable es importuno.  
  De lejas tierras por incultas vías  
  llegó el bravo irlandés don Juan Bateo,

425

  Jerjes nuevo en memoria en nuestros días.  
  Vuelvo la vista, a Mantüano veo,  
  que tiene al gran Velasco por mecenas,  
  y ha sido acertadísimo su empleo;  
  dejarán estos dos en las ajenas

430

  tierras, como en las proprias, dilatados  
  sus nombres, que tú, Apolo, así lo ordenas.  
  Por entre dos fructíferos collados  
  (¿habrá quien esto crea, aunque lo entienda?)  
  de palmas y laureles coronados,

435

  el grave aspecto del abad Maluenda  
  pareció, dando al monte luz y gloria  
  y esperanzas de triunfo en la contienda;  
  pero, ¿de qué enemigos la vito[r]ia  
  no alcanzará un ingenio tan florido

440

  y una bondad tan digna de memoria?  
  Don Antonio Gentil de Vargas, pido  
  espacio para verte, que llegaste  
  de gala y arte y de valor vestido;  
  y, aunque de patria ginovés, mostraste

445

  ser en las musas castellanas docto,  
  tanto, que al escuadrón todo admiraste.  
  Desde el indio apartado del remoto  
  mundo, llegó mi amigo Montesdoca,  
  y el que anudó de Arauco el nudo roto;

450

  dijo Apolo a los dos: «A entrambos toca  
  defender esta vuestra rica estancia  
  de la canalla de vergüenza poca,  
  la cual, de error armada y de arrogancia,  
  quiere canonizar y dar renombre

455

  inmortal y divino a la ignorancia;  
  que tanto puede la afición que un hombre  
  tiene a sí mismo, que, ignorante siendo,  
  de buen poeta quiere alcanzar nombre».  
  En esto, otro milagro, otro estupendo

460

  prodigio se descubre en la marina,  
  que en pocos versos declarar pretendo.  
  Una nave a la tierra tan vecina  
  llegó, que desde el sitio donde estaba  
  se ve cuanto hay en ella y determina;

465

  de más de cuatro mil salmas pasaba  
  (que otros suelen llamarlas toneladas),  
  ancho de vientre y de estatura brava:  
  así como las naves que cargadas  
  llegan de la oriental India a Lisboa,

470

  que son por las mayores estimadas,  
  ésta llegó desde la popa a proa  
  cubierta de poetas, mercancía  
  de quien hay saca en Calicut y en Goa.  
  Tomóle al rojo dios alferecía

475

  por ver la muchedumbre impertinente  
  que en socorro del monte le venía,  
  y en silencio rogó devotamente  
  que el vaso naufragase en un momento  
  al que gobierna el húmido tridente.

480

  Uno de los del número hambriento  
  se puso en esto al borde de la nave,  
  al parecer mohíno y malcontento;  
  y, en voz que ni de tierna ni süave  
  tenía un solo adárame, gritando

485

  dijo, tal vez colérico y tal grave,  
  lo que impaciente estuve yo escuchando,  
  porque vi sus razones ser saetas  
  que iban mi alma y corazón clavando.  
  «¡Oh tú», dijo, «traidor, que los poetas

490

  canonizaste de la larga lista,  
  por causas y por vías indirectas!  
  ¿Dónde tenías, magancés, la vista  
  aguda de tu ingenio, que, así ciego,  
  fuiste tan mentiroso coronista?

495

  Yo te confieso, ¡oh bárbaro!, y no niego  
  que algunos de los muchos que escogiste  
  sin que el respeto te forzase o el ruego,  
  en el debido punto los pusiste;  
  pero con los demás, sin duda alguna,

500

  pródigo de alabanzas anduviste.  
  Has alzado a los cielos la fortuna  
  de muchos que en el centro del olvido,  
  sin ver la luz del sol ni de la luna,  
  yacían; ni llamado ni escogido

505

  fue el gran Pastor de Iberia, el gran Bernardo  

 

  que de la Vega tiene el apellido.  
  Fuiste envidioso, descuidado y tardo,  
  y a las Ninfas de Henares y pastores  
  como a enemigos les tiraste un dardo;

510

  y tienes tú poetas tan peores  
  que éstos en tu rebaño, que imagino  
  que han de sudar si quieren ser mejores;  
  que si este agravio no me turba el tino,  
  siete trovistas desde aquí diviso,

515

  a quien suelen llamar de torbellino,  
  con quien la gala, discreción y aviso  
  tienen poco que ver, y tú los pones  
  dos leguas más allá del Paraíso.  
  Estas quimeras, estas invenciones

520

  tuyas te han de salir al rostro un día  
  si más no te mesuras y compones».  
  Esta amenaza y gran descortesía  
  mi blando corazón llenó de miedo  
  y dio al través con la paciencia mía.

525

  Y, volviéndome a Apolo con denuedo  
  mayor del que esperaba de mis años,  
  con voz turbada y con semblante acedo  
  le dije: «Con bien claros desengaños  
  descubro que el servirte me granjea

530

  presentes miedos de futuros daños.  
  Haz, ¡oh señor!, que en público se lea  
  la lista que Cilenio llevó a España,  
  porque mi culpa poca aquí se vea.  
  Si tu deidad en escoger se engaña,

535

  y yo sólo aprobé lo que él me dijo,  
  ¿por qué este simple contra mí se ensaña?  
  Con justa causa y con razón me aflijo  
  de ver cómo estos bárbaros se inclinan  
  a tenerme en temor duro y prolijo:

540

  unos, porque los puse me abominan;  
  otros, porque he dejado de ponellos  
  de darme pesadumbre determinan.  
  Yo no sé cómo me avendré con ellos:  
  los puestos se lamentan, los no puestos

545

  gritan, yo tiemblo déstos y de aquéllos.  
  Tú, señor, que eres dios, dales los puestos  
  que piden sus ingenios; llama y nombra  
  los que fueren más hábiles y prestos.  
  [Y], porque el turbio miedo que me asombra

550

  no me acabe, acabada esta contienda,  
  cúbreme con tu mano y con tu sombra,  
  o ponme una señal por do se entienda  
  que soy hechura tuya y de tu casa,  
  y así no habrá ninguno que me ofenda».

555

  «Vuelve la vista y mira lo que pasa»,  
  fue de Apolo enojado la respuesta,  
  que ardiendo en ira el corazón se abrasa.  
  Volvíla, y vi la más alegre fiesta,  
  y la más desdichada y compasiva

560

  que el mundo vio, ni aun la verá cual ésta.  
  Mas no se espere que yo aquí la escriba,  
  sino en la parte quinta, en quien espero  
  cantar con voz tan entonada y viva,  
  que piensen que soy cisne y que me muero.

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Última actualización: 21/04/97.