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Del Viaje del Parnaso,

capítulo sexto

  De una de tres causas los ensueños  
  se causan, o los sueños, que este nombre  
  les dan los que del bien hablar son dueños;  
  primera, de las cosas de que el hombre  
  trata más de ordinario; la segunda

5

  quiere la medicina que se nombre  
  del humor que en nosotros más abunda;  
  toca en revelaciones la tercera,  
  que en nu[e]stro bien más que las dos redunda.  
  Dormí, y soñé, y el sueño la primera

10

  causa le dio principio suficiente  
  a mezclar el ahíto y la dentera.  
  Sueña el enfermo, a quien la fiebre ardiente  
  abrasa las entrañas, que en la boca  
  tiene de las que ha visto alguna fuente,

15

  y el labio al fugitivo cristal toca,  
  y el dormido consuelo imaginado  
  crece el deseo, y no la sed apoca.  
  Pelea el valentísimo soldado  
  dormido casi al modo que despierto

20

  se mostró en el combate fiero armado.  
  Acude el tierno amante a su concierto,  
  y en la imaginación, dormido, llega,  
  sin padecer borrasca, a dulce puerto.  
  El corazón el avariento entrega

25

  en la mitad del sueño a su tesoro,  
  que el alma en todo tiempo no le niega.  
  Yo, que siempre guardé el común decoro  
  en las cosas dormidas y despiertas,  
  pues no soy troglodita ni soy moro,

30

  de par en par del alma abrí las puertas,  
  y dejé entrar al sueño por los ojos  
  con premisas de gloria y gusto ciertas.  
  Gocé durmiendo cuatro mil despojos  
  (que los conté sin que faltase alguno)

35

  de gustos que acudieron a manojos;  
  el tiempo, la ocasión, el oportuno  
  lugar correspondían al efecto,  
  juntos y por sí solo cada uno.  
  Dos horas dormí y más a lo discreto,

40

  sin que imaginaciones ni vapores  
  el celebro tuviesen inquïeto;  
  la suelta fantasía entre mil flores  
  me puso de un pradillo, que exhalaba  
  de Pancaya y Sabea los olores;

45

  el agradable sitio se llevaba  
  tras sí la vista, que, durmiendo, viva  
  mucho más que despierta se mostraba.  
  Palpable vi..., mas no sé si lo escriba,  
  que a las cosas que tienen de imposibles

50

  siempre mi pluma se ha mostrado esquiva;  
  las que tienen vislumbre de posibles,  
  de dulces, de süaves y de ciertas,  
  esplican mis borrones apacibles.  
  Nunca a disparidad abre las puertas

55

  mi corto ingenio, y hállalas contino  
  de par en par la consonancia abiertas.  
  ¿Cómo pueda agradar un desatino,  
  si no es que de propósito se hace,  
  mostrándole el donaire su camino?

60

  Que entonces la mentira satisface  
  cuando verdad parece y está escrita  
  con gracia, que al discreto y simple aplace.  
  Digo, volviendo al cuento, que infinita  
  gente vi discurrir por aquel llano,

65

  con algazara placentera y grita;  
  con hábito decente y cortesano  
  algunos, a quien dio la hipocresía  
  vestido pobre, pero limpio y sano;  
  otros, de la color que tiene el día

70

  cuando la luz primera se aparece  
  entre las trenzas de la Aurora fría.  
  La varïada primavera ofrece  
  de sus varias colores la abundancia,  
  con que a la vista el gusto alegre crece;

75

  la prodigalidad, la exorbitancia  
  campean juntas por el verde prado  
  con galas que descubren su ignorancia.  
  En un trono, del suelo levantado,  
  do el arte a la materia se adelanta,

80

  puesto que de oro y de marfil labrado,  
  una doncella vi, desde la planta  
  del pie hasta la cabeza así adornada,  
  que el verla admira y el oírla encanta.  
  Estaba en él con majestad sentada,

85

  giganta al parecer en la estatura,  
  pero, aunque grande, bien proporcionada;  
  parecía mayor su hermosura  
  mirada desde lejos, y no tanto  
  si de cerca se ve su compostura.

90

  Lleno de admiración, colmo de espanto,  
  puse en ella los ojos, y vi en ella  
  lo que en mis versos desmayados canto.  
  Yo no sabré afirmar si era doncella,  
  aunque he dicho que sí, que en estos casos

95

  la vista más aguda se atropella:  
  son, por la mayor parte, siempre escasos  
  de razón los juïcios maliciosos  
  en juzgar rotos los enteros vasos.  
  Altaneros sus ojos y amorosos

100

  se mostraban con cierta mansedumbre,  
  que los hacía en todo estremo hermosos;  
  ora fuese artificio, ora costumbre,  
  los rayos de su luz tal vez crecían,  
  y tal vez daban encogida lumbre.

105

  Dos ninfas a sus lados asistían,  
  de tan gentil donaire y apariencia,  
  que, miradas, las almas suspendían;  
  de la del alto trono en la presencia  
  desplegaban sus labios en razones

110

  ricas en suavidad, pobres en ciencia;  
  levantaban al cielo sus blasones,  
  que estaban, por ser pocos o ningunos,  
  escritos del olvido en los borrones;  
  al dulce murmurar, al oportuno

115

  razonar de las dos, la del asiento  
  que en belleza jamás le igualó alguno,  
  luego se puso en pie, y en un momento,  
  me pareció que dio con la cabeza  
  más allá de las nubes, y no miento;

120

  y no perdió por esto su belleza;  
  antes, mientras más grande, se mostraba  
  igual su perfección a su grandeza;  
  los brazos de tal modo dilataba,  
  que de do nace a donde muere el día

125

  los opuestos estremos alcanzaba;  
  la enfermedad llamada hidropesía  
  así le hincha el vientre, que parece  
  que todo el mar caber en él podía;  
  al modo destas partes, así crece

130

  toda su compostura; y no por esto,  
  cual dije, su hermosura desfallece.  
  Yo, atónito, esperaba ver el resto  
  de tan grande prodigio, y diera un dedo  
  por saber la verdad segura y presto.

135

  Uno, y no sabré quién, bien claro y quedo  
  al oído me habló, y me dijo: «Espera,  
  que yo decirte lo que quieres puedo.  
  Ésta que vees, que crece de manera  
  que apenas tiene ya lugar do quepa,

140

  y aspira en la grandeza a ser primera;  
  ésta que por las nubes sube y trepa  
  hasta llegar al cerco de la luna  
  (puesto que el modo de subir no sepa),  
  es la que, confiada en su fortuna,

145

  piensa tener de la inconstante rueda  
  el eje quedo y sin mudanza alguna.  
  Ésta que no halla mal que le suceda,  
  ni le teme, atrevida y arrogante,  
  pródiga siempre, venturosa y leda,

150

  es la que con disignio extravagante  
  dio en crecer poco a poco hasta ponerse,  
  cual ves, en estatura de gigante.  
  No deja de crecer por no atreverse  
  a emprender las hazañas más notables,

155

  adonde puedan sus estremos verse.  
  ¿No has oído decir los memorables  
  arcos, anfiteatros, templos, baños,  
  termas, pórticos, muros admirables,  
  que, a pesar y despecho de los años,

160

  aún duran sus reliquias y entereza,  
  haciendo al tiempo y a la muerte engaños?»  
  «Yo», respondí por mí, «ninguna pieza  
  de esas que has dicho, dejo de tenella  
  clavada y remachada en la cabeza:

165

  tengo el sepulcro de la viuda bella  
  y el Coloso de Rodas allí junto,  
  y la lanterna que sirvió de estrella.  
  Pero vengamos de quién es al punto  
  ésta, que lo deseo». «Haráse luego»,

170

  me respondió la voz en bajo punto.  
  Y prosiguió diciendo: «A no estar ciego,  
  hubieras visto ya quién es la dama;  
  pero, en fin, tienes el ingenio lego.  
  Ésta que hasta los cielos se encarama,

175

  preñada, sin saber cómo, del viento,  
  es hija del Deseo y de la Fama.  
  Ésta fue la ocasión y el instrumento,  
  el todo y parte de que el mundo viese  
  no siete maravillas, sino ciento.

180

  (Corto número es ciento; aunque dijese  
  cien mil y más millones, no imagines  
  que en la cuenta del número excediese).  
  Ésta condujo a memorables fines  
  edificios que asientan en la tierra

185

  y tocan de las nubes los confines.  
  Ésta tal vez ha levantado guerra  
  donde la paz süave reposaba,  
  que en límites estrechos no se encierra.  
  Cuando Mucio en las llamas abrasaba

190

  el atrevido fuerte brazo y fiero,  
  ésta el incendio horrible resfriaba;  
  ésta arrojó al romano caballero  
  en el abismo de la ardiente cueva,  
  de limpio armado y de luciente acero;

195

  ésta tal vez con maravilla nueva,  
  de su ambiciosa condición llevada,  
  mil imposibles atrevida prueba.  
  Desde la ardiente Libia hasta la helada  
  Citia, lleva la fama su memoria,

200

  en grandïosas obras dilatada.  
  En fin, ella es la altiva Vanagloria,  
  que en aquellas hazañas se entremete  
  que llevan de los siglos la vitoria.  
  Ella misma a sí misma se promete

205

  triunfos y gustos, sin tener asida  
  a la calva Ocasión por el copete.  
  Su natural sustento, su bebida,  
  es aire, y así crece en un instante  
  tanto, que no hay medida a su medida.

210

  Aquellas dos del plácido semblante  
  que tiene a sus dos lados, son aquellas  
  que sirven a su máquina de Atlante.  
  Su delicada voz, sus luces bellas,  
  su humildad aparente, y las lozanas

215

  razones, que el amor se cifra en ellas,  
  las hacen más divinas que no humanas,  
  y son (con paz escucha y con paciencia)  
  la Adulación y la Mentira, hermanas.  
  Éstas están contino en su presencia,

220

  palabras ministrándola al oído  
  que tienen de prudentes apariencia.  
  Y ella, cual ciega del mejor sentido,  
  no ve que entre las flores de aquel gusto  
  el áspid ponzoñoso está escondido.

225

  Y así, arrojada con deseo injusto,  
  en cristalino vaso prueba y bebe  
  el veneno mortal, sin ningún susto.  
  Quien más presume de advertido, pr[u]ebe  
  a dejarse adular, verá cuán presto

230

  pasa su gloria como el viento leve».  
  Esto escuché, y en escuchando aquesto,  
  dio un estampido tal la Gloria vana,  
  que dio a mi sueño fin dulce y molesto.  
  Y en esto descubrióse la mañana,

235

  vertiendo perlas y esparciendo flores,  
  lozana en vista y en virtud lozana:  
  los dulces pequeñuelos ruiseñores,  
  con cantos no aprendidos, le decían,  
  enamorados della, mil amores;

240

  los silgueros el canto repetían,  
  y las diestras calandrias entonaban  
  la música que todos componían.  
  Unos del escuadrón priesa se daban  
  porque no los hallase el dios del día

245

  en los forzosos actos en que estaban.  
  Y luego se asomó su señoría,  
  con una cara de tudesco roja,  
  por los balcones de la Aurora fría,  
  en parte gorda, en parte flaca y floja,

250

  como quien teme el esperado trance  
  donde verse vencido se le antoja.  
  En propio toledano y buen romance  
  les dio los buenos días cortésmente,  
  y luego se aprestó al forzoso lance;

255

  y encima de un peñasco puesto enfrente  
  del escuadrón, con voz sonora y grave  
  esta oración les hizo de repente:  
  «¡Oh espíritus felices, donde cabe  
  la gala del decir, la sutileza

260

  de la ciencia más docta que se sabe;  
  donde en su propia natural belleza  
  asiste la hermosa Poesía  
  entera de los pies a la cabeza!  
  No consintáis, por vida vuestra y mía

265

  (mirad con qué llaneza Apolo os habla),  
  que triunfe esta canalla que porfía.  
  Esta canalla, digo, que se endiabla,  
  que, por darles calor su muchedumbre,  
  ya su ruina, o ya la nuestra entabla.

270

  Vosotros, de mis ojos gloria y lumbre,  
  faroles do mi luz de asiento mora,  
  ya por naturaleza o por costumbre,  
  ¿habéis de consentir que esta embaidora,  
  hipócrita gentalla se me atreva,

275

  de tantas necedades inventora?  
  Haced famosa y memorable prueba  
  de vuestro gran valor en este hecho,  
  que a su castigo y vuestra gloria os lleva.  
  De justa indignación armad el pecho,

280

  acometed intrépidos la turba,  
  ociosa, vagamunda y sin provecho.  
  No se os dé nada, no se os dé una burba  
  (moneda berberisca, vil y baja)  
  de aquesta gente que la paz nos turba.

285

  El son de más de una templada caja,  
  y el del pífaro triste, y la trompeta,  
  que la cólera sube y flema abaja,  
  así os incite con virtud secreta,  
  que despierte los ánimos dormidos

290

  en la fación que tanto nos aprieta.  
  Ya retumba, ya llega a mis oídos  
  del escuadrón contrario el rumor grande,  
  formado de confusos alaridos;  
  ya es menester, sin que os lo ruegue o mande,

295

  que cada cual, como guerrero experto,  
  sin que por su capricho se desmande,  
  la orden guarde y militar concierto,  
  y acuda a su deber como valiente  
  hasta quedar o vencedor o muerto.

300

  En esto, por la parte de poniente  
  pareció el escuadrón casi infinito  
  de la bárbara, ciega y pobre gente.  
  Alzan los nuestros al momento un grito  
  alegre, y no medroso; y gritan: «¡Arma!»

305

  «¡Arma!» resuena todo aquel distrito;  
  y, aunque mueran, correr quieren al arma.  
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Última actualización: 21/04/97.