Miguel de Cervantes Saavedra [Principal| Biografía |Obras | CEC | Galería|Debates |Enlaces |Buscar | Novedades| Sugerencias |Libro de invitados | Tabla de contenidos |Universidad] |
Soneto
de Mig[uel] de Cervantes
a la reina Doña Isabel 2ª
Serenísima reina, en quien se halla | |
lo que Dios pudo dar a un ser humano; | |
amparo universal del ser cristiano, | |
de quien la santa fama nunca calla; | |
arma feliz, de cuya fina malla | |
se viste el gran Felipe soberano, | |
ínclito rey del ancho suelo hispano | |
a quien Fortuna y Mundo se avasalla: | |
¿cuál ingenio podría aventurarse | |
a pregonar el bien que estás mostrando, | |
si ya en divino viese convertirse? | |
Que, en ser mortal, habrá de acobardarse, | |
y así, le va mejor sentir callando | |
aquello que es difícil de decirse. |
Epitafio
Aquí el valor de la española tierra, | |
aquí la flor de la francesa gente, | |
aquí quien concordó lo diferente, | |
de oliva coronando aquella guerra; | |
aquí en pequeño espacio veis se encierra | |
nuestro claro lucero de occidente; | |
aquí yace enterrada la excelente | |
causa que nuestro bien todo destierra. | |
Mirad quién es el mundo y su pujanza, | |
y cómo, de la más alegre vida, | |
la muerte lleva siempre la victoria; | |
también mirad la bienaventuranza | |
que goza nuestra reina esclarescida | |
en el eterno reino de la gloria. |
Redondilla castellana
Cuando dejaba la guerra | |
libre nuestro hispano suelo, | |
con un repentino vuelo | |
la mejor flor de la tierra | |
fue trasplantada en el cielo; | |
y, al cortarla de su rama, | |
el mortífero accidente | |
fue tan oculto a la gente | |
como el que no ve la llama | |
hasta que quemar se siente. |
Cuatro redondillas castellanas
a la muerte de Su Majestad
Cuando un estado dichoso | |
esperaba nuestra suerte, | |
bien como ladrón famoso | |
vino la invencible muerte | |
a robar nuestro reposo; | |
y metió tanto la mano | |
aqueste fiero tirano, | |
por orden del alto cielo, | |
que nos llevó deste suelo | |
el valor del ser humano. |
¡Cuán amarga es tu memoria, | |
oh dura y terrible faz! | |
Pero en aquesta victoria, | |
si llevaste nuestra paz, | |
fue para dalle más gloria; | |
y, aunqu'el dolor nos desvela, | |
una cosa nos consuela: | |
ver que al reino soberano | |
ha dado un vuelo temprano | |
nuestra muy cara Isabela. |
Una alma tan limpia y bella, | |
tan enemiga de engaños, | |
¿qué pudo merecer ella, | |
para que en tan tiernos años | |
dejase el mundo de vella? | |
Dirás, Muerte, en quien se encierra | |
la causa de nuestra guerra, | |
para nuestro desconsuelo, | |
que cosas que son del cielo | |
no las merece la tierra. |
Tanto de punto subiste | |
en el amor que mostraste, | |
que, ya que al cielo te fuiste, | |
en la tierra nos dejaste | |
las prendas que más quesiste. | |
¡Oh Isabela Eugenia Clara, | |
Catalina, a todos cara, | |
claros luceros las dos, | |
no quiera y permita Dios | |
se os muestre Fortuna avara! |
La elegía que, en nombre de todo el estudio, el sobredicho
[Cervantes] compuso, dirigida al Ilustrísimo y
Reverendísimo Cardenal don Diego de Espinosa, etc.,
en la cual con bien elegante estilo se ponen
cosas dignas de memoria
¿A quién irá mi doloroso canto, | |
o en cúya oreja sonará su acento, | |
que no deshaga el corazón en llanto? | |
A ti, gran cardenal, yo le presento, | |
pues vemos te ha cabido tanta parte | |
del hado secutivo vïolento. | |
Aquí verás qu'el bien no tiene parte: | |
todo es dolor, tristeza y desconsuelo | |
lo que en mi triste canto se reparte. | |
¿Quién dijera, señor, que un solo vuelo | |
de una ánima beata al alta cumbre | |
pusiera en confusión al bajo suelo? | |
Mas, ¡ay!, que yace muerta nuestra lumbre: | |
el alma goza de perpetua gloria, | |
y el cuerpo de terrena pesadumbre. | |
No se pase, señor, de tu memoria | |
cómo en un punto la invincible muerte | |
lleva de nuestras vidas la victoria. | |
Al tiempo que esperaba nuestra suerte | |
poderse mejorar, la sancta mano | |
mostró por nuestro mal su furia fuerte. | |
Entristeció a la tierra su verano, | |
secó su paraíso fresco y tierno, | |
el ornato añubló del ser cristiano. | |
Volvió la primavera en frío invierno, | |
trocó en pesar su gusto y alegría, | |
tornó de arriba abajo su gobierno. | |
Pasóse ya aquel ser que ser solía | |
a nuestra obscuridad claro lucero, | |
sosiego del antigua tiranía. | |
A más andar el término postrero | |
llegó, que dividió con furia insana | |
del alma sancta el corazón sincero. | |
Cuanto ya nos venía la temprana | |
dulce fruta del árbol deseado, | |
vino sobre él la frígida mañana. | |
Quien detuvo el poder de Marte airado | |
que no pasase más el alto monte, | |
con prisiones de nieve aherrojado, | |
no pisará ya más nuestro horizonte, | |
que a los campos Elíseos es llevada | |
sin ver la obscura barca de Caronte. | |
A ti, fiel pastor de la manada | |
seguntina, es justo y te conviene | |
aligerarnos carga tan pesada. | |
Mira el dolor que el gran Filipo tiene: | |
allí tu discreción muestre el alteza | |
que en tu divino ingenio se contiene. | |
Bien sé que le dirás que a la bajeza | |
de nuestra humanidad es cosa cierta | |
no tener solo un punto de firmeza, | |
y que, si yace su esperanza muerta | |
y el dolor vida y alma le lastima, | |
que a do la cierra, Dios abre otra puerta. | |
Mas, ¿qué consuelo habrá, señor, que oprima | |
algún tanto sus lágrimas cansadas | |
si una prenda perdió de tanta estima? | |
Y más si considera las amadas | |
prendas que le dejó en la dulce vida | |
y con su amarga muerte lastimadas. | |
Alma bella, del cielo merescida, | |
mira cuál queda el miserable suelo | |
sin la luz de tu vista esclarescida: | |
verás que en árbor verde no hace vuelo | |
el ave más alegre, antes ofresce | |
en su amoroso canto triste duelo. | |
Contino en grave llanto se anochece | |
el triste día que te imaginamos | |
con aquella virtud que no perece; | |
mas deste imaginar nos consolamos | |
en ver que merescieron tus deseos | |
que goces ya del bien que deseamos. | |
Acá nos quedarán por tus trofeos | |
tu cristiandad, valor y gracia estraña, | |
de alma sancta sanctísimos arreos. | |
De hoy más, la sola y afligida España, | |
cuando más sus clamores levantare | |
al summo Hacedor y alta compaña, | |
cuando más por salud le importunare | |
al término postrero que perezca | |
y en el último trance se hallare, | |
sólo podrá pedirle que le ofrezca | |
otra paz, otro amparo, otra ventura | |
qu'en obras y virtudes le parezca. | |
El vano confiar y la hermosura, | |
¿de qué nos sirve si en pequeño instante | |
damos en manos de la sepultura? | |
Aquel firme esperar sancto y constante, | |
que concede a la fe su cierto asiento | |
y a la querida hermana ir adelante, | |
adonde mora Dios en su aposento | |
nos puede dar lugar dulce y sabroso, | |
libre de tempestad y humano viento. | |
Aquí, señor, el último reposo | |
no puede perturbarse, ni la vida | |
temer más otro trance doloroso; | |
aquí con nuevo ser es conducida | |
entre las almas del inmenso coro | |
nuestra Isabela, reina esclarescida; | |
con tal sinceridad guardó el decoro, | |
do al precepto divino más se aspira, | |
que meresce gozar de tal tesoro. | |
¡Ay muerte!, ¿contra quién tu amarga ira | |
quesiste ejecutar para templarme | |
con profundo dolor mi triste lira? | |
Si nos cansáis, señor, ya descucharme, | |
anudaré de nuevo el roto hilo, | |
que la ocasión es tal que ha d'esforzarme; | |
lágrimas pediré al corriente Nilo, | |
un nuevo corazón al alto cielo, | |
y a las más tristes musas triste estilo. | |
Diré que al duro mal, al grave duelo | |
que a España en brazos de la muerte tiene, | |
no quiso Dios dejarle sin consuelo: | |
dejóle al gran Filipo, que sostiene, | |
cual firme basa al alto firmamento, | |
el bien o desventura que le viene. | |
De aquesto, vos lleváis el vencimiento, | |
pues deja en vuestros hombros él la carga | |
del cielo y de la tierra, y pensamiento. | |
La vida que en la vuestra ansí se encarga | |
muy bien puede vivir leda y segura, | |
pues de tanto cuidado se descarga; | |
gozando, como goza, tal ventura | |
el gran señor del ancho suelo hispano, | |
su mal es menos y nuestra desventura. | |
Si el ánimo real, si el soberano | |
tesoro le robó en un solo día | |
la muerte airada con esquiva mano, | |
regalos son qu'el summo Dios envía | |
a aquél que ya le tiene aparejado | |
sublime asiento en l'alta jerarquía. | |
Quien goza quïetud siempre en su estado, | |
y el efecto le acude a la esperanza | |
y a lo que quiere nada le es trocado, | |
argúyese que poca confianza | |
se puede tener d'él que goce y vea | |
con claros ojos bienaventuranza. | |
Cuando más favorable el mundo sea, | |
cuando nos ría el bien todo delante | |
y venga al corazón lo que desea, | |
tiénese de esperar que en un instante | |
dará con ello la Fortuna en tierra, | |
que no fue ni será jamás constante. | |
Y aquel que no ha gustado de la guerra, | |
a do se aflige el cuerpo y la memoria, | |
paresce Dios del cielo le destierra, | |
porque no se coronan en la gloria | |
si no es los capitanes valerosos | |
que llevan de sí mesmos la victoria. | |
Los amargos sospiros dolorosos, | |
las lágrimas sin cuento que ha vertido | |
quien nos puede su vista hacer dichosos, | |
el perder a su hijo tan querido, | |
aquel mirarse y verse cuál se halla | |
de todo su placer desposeído, | |
¿qué se puede decir sino batalla | |
adonde l'hemos visto siempre armado | |
con la paciencia, qu'es muy fina malla? | |
Del alto cielo ha sido consolado | |
[con] concederle acá vuestra persona, | |
que mira por su honra y por su estado. | |
De aquí saldrá a gozar de una corona | |
más rica, más preciosa y muy más clara | |
que la que ciñe al hijo de Latona. | |
Con él vuestra virtud, al mundo rara, | |
se tiene de estender de gente en gente, | |
sin poderlo estorbar Fortuna avara; | |
resonará el valor tan excelente | |
que os ciñe, cubre, ampara y os rodea, | |
de donde sale el sol hasta occidente, | |
y allá en el alto alcázar do pasea | |
en mil contentos nuestra reina amada, | |
si puede desear, sólo desea | |
que sea por mil siglos levantada | |
vuestra grandeza, pues que se engrandece | |
el valor de su prenda deseada, | |
que [en] vuestro poderío se paresce | |
del católico rey la summa alteza, | |
que desde un polo al otro resplandesce. | |
De hoy más, deje del llanto la fiereza | |
el afligida España, levantando | |
con verde lauro ornada la cabeza, | |
que, mientra fuere el cielo mejorando | |
del soberano rey la larga vida, | |
no es bien que se consuma lamentando; | |
y, en tanto que arribare a la subida | |
de la inmortalidad vuestra alma pura, | |
no se entregue al dolor tan de corrida; | |
y más, qu'el grave rostro de hermosura, | |
por cuya ausencia vive sin consuelo, | |
goza de Dios en la celeste altura. | |
¡Oh trueco glorïoso, oh sancto celo, | |
pues con gozar la tierra has merecido | |
tender tus pasos por el alto cielo! | |
Con esto cese el canto dolorido, | |
magnánimo señor, que, por mal diestro, | |
queda tan temeroso y tan corrido | |
cuanto yo quedo, gran señor, por vuestro. |