Solórzano |
Éstas son las bolsas, y, a lo que
parecen, son bien parecidas; y las cadenas que van
dentro, ni más ni menos. No hay sino que vos acudáis
con mi intento; que, a pesar de la taimería desta
sevillana, ha de quedar esta vez burlada. |
Quiñones |
¿Tanta honra se adquiere, o tanta
habilidad se muestra en engañar a una mujer, que lo
tomáis con tanto ahínco y ponéis tanta solicitud en
ello? |
Solórzano |
Cuando las mujeres son como éstas, es
gusto el burlallas; cuanto más, que esta burla no ha de
pasar de los tejados arriba; quiero decir, que ni ha de
ser con ofensa de Dios ni con daño de la burlada; que no
son burlas las que redundan en desprecio ajeno. |
Quiñones |
Alto; pues vos lo queréis, sea así;
digo que yo os ayudaré en todo cuanto me habéis dicho,
y sabré fingir tan bien como vos, que no lo puedo más
encarecer. ¿Adónde vais agora? |
Solórzano |
Derecho en casa de la ninfa; y vos no
salgáis de casa, que yo os llamaré a su tiempo. |
Quiñones |
Allí estaré clavado, esperando. |
Cristina |
¡Jesús! ¿Qué es lo que traes, amiga
doña Brígida, que parece que quieres dar el alma a su
Hacedor? |
Brígida |
Doña Cristina, amiga, hazme aire,
rocíame con un poco de agua este rostro, que me muero,
que me fino, que se me arranca el alma. ¡Dios sea
conmigo! ¡Confesión a toda priesa! |
Cristina |
¿Qué es esto? ¡Desdichada de mí! ¿No
me dirás, amiga, lo que te ha sucedido? ¿Has visto
alguna mala visión? ¿Hante dado alguna mala nueva de
que es muerta tu madre, o de que viene tu marido, o hante
robado tus joyas? |
Brígida |
Ni he visto visión alguna, ni se ha
muerto mi madre, ni viene mi marido, que aún le faltan
tres meses para acabar el negocio donde fue, ni me han
robado mis joyas; pero hame sucedido otra cosa peor. |
Cristina |
Acaba; dímela, doña Brígida mía; que
me tienes turbada y suspensa hasta saberla. |
Brígida |
¡Ay, querida! Que también te toca a ti
parte deste mal suceso. Límpiame este rostro, que él y
todo el cuerpo tengo bañado en sudor más frío que la
nieve. ¡Desdichadas de aquéllas que andan en la vida
libre, que, si quieren tener algún poquito de autoridad,
granjeada de aquí o de allí, se la dejarretan y se la
quitan al mejor tiempo! |
Cristina |
Acaba, por tu vida, amiga, y dime lo que
te ha sucedido, y qué es la desgracia de quien yo
también tengo de tener parte. |
Brígida |
¡Y cómo si tendrás parte! Y mucha, si
eres discreta, como lo eres. Has de saber, hermana, que,
viniendo agora a verte, al pasar por la puerta de
Guadalajara, oí que, en medio de infinita justicia y
gente, estaba un pregonero pregonando que quitaban los
coches, y que las mujeres descubriesen los rostros por
las calles. |
Cristina |
Y ¿ésa es la mala nueva? |
Brígida |
Pues para nosotras, ¿puede ser peor en
el mundo? |
Cristina |
Yo creo, hermana, que debe de ser alguna
reformación de los coches: que no es posible que los
quiten de todo punto; y será cosa muy acertada, porque,
según he oído decir, andaba muy de caída la
caballería en España, porque se empanaban diez o doce
caballeros mozos en un coche, y azotaban las calles de
noche y de día, sin acordárseles que había caballos y
jineta en el mundo; y, como les falte la comodidad de las
galeras de la tierra, que son los coches, volverán al
ejercicio de la caballería, con quien sus antepasados se
honraron. |
Brígida |
¡Ay, Cristina de mi alma! Que también
oí decir que, aunque dejan algunos, es con condición
que no se presten, ni que en ellos ande ninguna...; ya me
entiendes. |
Cristina |
Ese mal nos hagan; porque has de saber,
hermana, que está en opinión, entre los que siguen la
guerra, cuál es mejor, la caballería o la infantería;
y hase averiguado que la infantería española lleva la
gala a todas las naciones; y agora podremos las alegres
mostrar a pie nuestra gallardía, nuestro garbo y nuestra
bizarría, y más, yendo descubiertos los rostros,
quitando la ocasión de que ninguno se llame a engaño si
nos sirviese, pues nos ha visto. |
Brígida |
¡Ay Cristina! No me digas eso, que linda
cosa era ir sentada en la popa de un coche, llenándola
de parte a parte, dando rostro a quien y como y cuando
quería. Y, en Dios y en mi ánima, te digo que, cuando
alguna vez me le prestaban, y me vía sentada en él con
aquella autoridad, que me desvanecía tanto, que creía
bien y verdaderamente que era mujer principal, y que más
de cuatro señoras de título pudieran ser mis criadas. |
Cristina |
¿Veis, doña Brígida, cómo tengo yo
razón en decir que ha sido bien quitar los coches,
siquiera por quitarnos a nosotras el pecado de la
vanagloria? Y más, que no era bien que un coche igualase
a las no tales con las tales; pues, viendo los ojos
estranjeros a una persona en un coche, pomposa por galas,
reluciente por joyas, echaría a perder la cortesía,
haciéndosela a ella como si fuera a una principal
señora. Así que, amiga, no debes congojarte, sino
acomoda tu brío y tu limpieza, y tu manto de soplillo
sevillano, y tus nuevos chapines, en todo caso, con las
virillas de plata, y déjate ir por esas calles; que yo
te aseguro que no falten moscas a tan buena miel, si
quisieres dejar que a ti se lleguen; que engaño en más
va que en besarla durmiendo. |
Brígida |
Dios te lo pague, amiga, que me has
consolado con tus advertimientos y consejos; y en verdad
que los pienso poner en prática, y pulirme y repulirme,
y dar rostro a pie, y pisar el polvico atán menudico,
pues no tengo quien me corte la cabeza; que este que
piensan que es mi marido, no lo es, aunque me ha dado la
palabra de serlo. |
Cristina |
¡Jesús! ¿Tan a la sorda y sin llamar
se entra en mi casa, señor? ¿Qué es lo que vuesa
merced manda? |
Solórzano |
Vuesa merced perdone el atrevimiento, que
la ocasión hace al ladrón: hallé la puerta abierta y
entréme, dándome ánimo al entrarme venir a servir a
vuesa merced, y no con palabras, sino con obras; y, si es
que puedo hablar delante desta señora, diré a lo que
vengo, y la intención que traigo. |
Cristina |
De la buena presencia de vuesa merced no
se puede esperar sino que han de ser buenas sus palabras
y sus obras. Diga vuesa merced lo que quisiere, que la
señora doña Brígida es tan mi amiga, que es otra yo
misma. |
Solórzano |
Con ese seguro y con esa licencia,
hablaré con verdad; y con verdad, señora, soy un
cortesano a quien vuesa merced no conoce. |
Cristina |
Así es la verdad. |
Solórzano |
Y ha muchos días que deseo servir a
vuesa merced, obligado a ello de su hermosura, buenas
partes y mejor término; pero estrechezas, que no faltan,
han sido freno a las obras hasta agora, que la suerte ha
querido que de Vizcaya me enviase un grande amigo mío a
un hijo suyo, vizcaíno, muy galán, para que yo le lleve
a Salamanca y le ponga de mi mano en compañía que le
honre y le enseñe. Porque, para decir la verdad a vuesa
merced, él es un poco burro, y tiene algo de mentecapto;
y añádesele a esto una tacha, que es lástima decirla,
cuanto más tenerla, y es que se toma algún tanto, un si
es no es, del vino, pero no de manera que de todo en todo
pierda el juicio, puesto que se le turba; y, cuando está
asomado, y aun casi todo el cuerpo fuera de la ventana,
es cosa maravillosa su alegría y su liberalidad: da todo
cuanto tiene a quien se lo pide y a quien no se lo pide;
y yo querría que, ya que el diablo se ha de llevar
cuanto tiene, aprovecharme de alguna cosa, y no he
hallado mejor medio que traerle a casa de vuesa merced,
porque es muy amigo de damas, y aquí le desollaremos
cerrado como a gato. Y, para principio, traigo aquí a
vuesa merced esta cadena en este bolsillo, que pesa
ciento y veinte escudos de oro, la cual tomará vuesa
merced, y me dará diez escudos agora, que yo he menester
para ciertas cosillas, y gastará otros veinte en una
cena esta noche, que vendrá acá nuestro burro o nuestro
búfalo, que le llevo yo por el naso, como dicen; y, a
dos idas y venidas, se quedará vuesa merced con toda la
cadena, que yo no quiero más de los diez escudos de
ahora. La cadena es bonísima, y de muy buen oro, y vale
algo de hechura. Hela aquí; vuesa merced la tome. |
Cristina |
Beso a vuesa merced las manos por la que
me ha hecho en acordarse de mí en tan provechosa
ocasión; pero, si he de decir lo que siento, tanta
liberalidad me tiene algo confusa y algún tanto
sospechosa. |
Solórzano |
Pues, ¿de qué es la sospecha, señora
mía? |
Cristina |
De que podrá ser esta cadena de
alquimia; que se suele decir que no es oro todo lo que
reluce. |
Solórzano |
Vuesa merced habla discretísimamente; y
no en balde tiene vuesa merced fama de la más discreta
dama de la corte; y hame dado mucho gusto el ver cuán
sin melindres ni rodeos me ha descubierto su corazón;
pero para todo hay remedio, si no es para la muerte.
Vuesa merced se cubra su manto, o envíe si tiene de
quién fiarse, y vaya a la platería, y en el contraste
se pese y toque esa cadena; y cuando fuera fina y de la
bondad que yo he dicho, entonces vuesa merced me dará
los diez escudos, harále una regalaria al borrico, y se
quedará con ella. |
Cristina |
Aquí, pared y medio, tengo yo un
platero, mi conocido, que con facilidad me sacará de
duda. |
Solórzano |
Eso es lo que yo quiero, y lo que amo y
lo que estimo; que las cosas claras Dios las bendijo. |
Cristina |
Si es que vuesa merced se atreve a fiarme
esta cadena, en tanto que me satisfago, de aquí a un
poco podrá venir, que yo tendré los diez escudos en
oro. |
Solórzano |
¡Bueno es eso! Fío mi honra de vuesa
merced, ¿y no le había de fiar la cadena? Vuesa merced
la haga tocar y retocar, que yo me voy, y volveré de
aquí a media hora. |
Cristina |
Y aun antes, si es que mi vecino está en
casa. |
Platero |
Señora doña Cristina, vuesa merced me
ha de hacer una merced: de hacer todas sus fuerzas por
llevar mañana a mi mujer a la comedia, que me conviene y
me importa quedar mañana en la tarde libre de tener
quien me siga y me persiga. |
Cristina |
Eso haré yo de muy buena gana; y aun, si
el señor vecino quiere mi casa y cuanto hay en ella,
aquí la hallará sola y desembarazada; que bien sé en
qué caen estos negocios. |
Platero |
No, señora; entretener a mi mujer me
basta. Pero, ¿qué quería vuesa merced de mí, que
quería ir a buscarme? |
Cristina |
No más, sino que me diga el señor
vecino qué pesará esta cadena, y si es fina, y de qué
quilates. |
Platero |
Esta cadena he tenido yo en mis manos
muchas veces, y sé que pesa ciento y cincuenta escudos
de oro de a veinte y dos quilates; y que si vuesa merced
la compra y se la dan sin hechura, no perderá nada en
ella. |
Cristina |
Alguna hechura me ha de costar, pero no
mucha. |
Platero |
Mire cómo la concierta la señora
vecina, que yo le haré dar, cuando se quisiere deshacer
della, diez ducados de hechura. |
Cristina |
Menos me ha de costar, si yo puedo; pero
mire el vecino no se engañe en lo que dice de la fineza
del oro y cantidad del peso. |
Platero |
¡Bueno sería que yo me engañase en mi
oficio! Digo, señora, que dos veces la he tocado
eslabón por eslabón, y la he pesado, y la conozco como
a mis manos. |
Brígida |
Con eso nos contentamos. |
Platero |
Y por más señas, sé que la ha llegado
a pesar y a tocar un gentilhombre cortesano que se llama
Tal de Solórzano. |
Cristina |
Basta, señor vecino; vaya con Dios, que
yo haré lo que me deja mandado: yo la llevaré y
entretendré dos horas más, si fuere menester; que bien
sé que no podrá dañar una hora más de
entretenimiento. |
Platero |
Con vuesa merced me entierren, que sabe
de todo; y a Dios, señora mía. |
Quiñones |
Vizcaíno, manos bésame vuesa merced,
que mándeme. |
Solórzano |
Dice el señor vizcaíno que besa las
manos de vuesa merced y que le mande. |
Brígida |
¡Ay, qué linda lengua! Yo no la
entiendo a lo menos, pero paréceme muy linda. |
Cristina |
Yo beso las del mi señor vizcaíno, y
más adelante. |
Vizcaíno |
Pareces buena, hermosa; también noche
esta cenamos; cadena que das, duermas nunca, basta que
doyla. |
Solórzano |
Dice mi compañero que vuesa merced le
parece buena y hermosa; que se apareje la cena; que él
da la cadena, aunque no duerma acá, que basta que una
vez la haya dado. |
Brígida |
¿Hay tal Alejandro en el mundo?
¡Venturón, venturón, y cien mil veces venturón! |
Solórzano |
Si hay algún poco de conserva, y algún
traguito del devoto para el señor vizcaíno, yo sé que
nos valdrá por uno ciento. |
Cristina |
¡Y cómo si lo hay! Y yo entraré por
ello, y se lo daré mejor que al Preste Juan de las
Indias. |
Cristina |
Bien puede comer el señor vizcaíno, y
sin asco; que todo cuanto hay en esta casa es la
quintaesencia de la limpieza. |
Quiñones |
Dulce conmigo, vino y agua llamas bueno;
santo le muestras, ésta le bebo y otra también. |
Brígida |
¡Ay, Dios, y con qué donaire lo dice el
buen señor, aunque no le entiendo! |
Solórzano |
Dice que, con lo dulce, también bebe
vino como agua; y que este vino es de San Martín, y que
beberá otra vez. |
Cristina |
Y aun otras ciento: su boca puede ser
medida. |
Solórzano |
No le den más, que le hace mal, y ya se
le va echando de ver; que le he yo dicho al señor
Azcaray que no beba vino en ningún modo, y no aprovecha. |
Quiñones |
Vamos, que vino que subes y bajas, lengua
es grillos y corma es pies; tarde vuelvo, señora, Dios
que te guárdate. |
Solórzano |
¡Miren lo que dice, y verán si tengo yo
razón! |
Cristina |
¿Qué es lo que ha dicho, señor
Solórzano? |
Solórzano |
Que el vino es grillo de su lengua y
corma de sus pies; que vendrá esta tarde, y que vuesas
mercedes se queden con Dios. |
Brígida |
¡Ay, pecadora de mí, y cómo que se le
turban los ojos y se trastraba la lengua! ¡Jesús, que
ya va dando traspiés! ¡Pues monta que ha bebido mucho!
La mayor lástima es ésta que he visto en mi vida;
¡miren qué mocedad y qué borrachera! |
Solórzano |
Ya venía él refrendado de casa. Vuesa
merced, señora Cristina, haga aderezar la cena, que yo
le quiero llevar a dormir el vino, y seremos temprano
esta tarde. |
Solórzano |
¡La mayor desgracia nos ha sucedido del
mundo! |
Brígida |
¡Jesús! ¿Desgracia? ¿Y qué es,
señor Solórzano? |
Solórzano |
A la vuelta desta calle, yendo a la casa,
encontramos con un criado del padre de nuestro vizcaíno,
el cual trae cartas y nuevas de que su padre queda a
punto de espirar, y le manda que al momento se parta, si
quiere hallarle vivo. Trae dinero para la partida, que
sin duda ha de ser luego; yo le he tomado diez escudos
para vuesa merced, y velos aquí, con los diez que vuesa
merced me dio denantes, y vuélvaseme la cadena; que, si
el padre vive, el hijo volverá a darla, o yo no seré
don Esteban de Solórzano. |
Cristina |
En verdad, que a mí me pesa; y no por mi
interés, sino por la desgracia del mancebo, que ya le
había tomado afición. |
Brígida |
Buenos son diez escudos ganados tan
holgando; tómalos, amiga, y vuelve la cadena al señor
Solórzano. |
Cristina |
Vela aquí, y venga el dinero; que en
verdad que pensaba gastar más de treinta en la cena. |
Solórzano |
Señora Cristina, al perro viejo nunca
tus tus; estas tretas, con los de las galleruzas, y con
este perro a otro hueso. |
Cristina |
¿Para qué son tantos refranes, señor
Solórzano? |
Solórzano |
Para que entienda vuesa merced que la
codicia rompe el saco. ¿Tan presto se desconfió de mi
palabra, que quiso vuesa merced curarse en salud, y salir
al lobo al camino, como la gansa de Cantipalos? Señora
Cristina, señora Cristina, lo bien ganado se pierde, y
lo malo, ello y su dueño. Venga mi cadena verdadera, y
tómese vuesa merced su falsa, que no ha de haber conmigo
transformaciones de Ovidio en tan pequeño espacio. ¡Oh
hideputa, y qué bien que la amoldaron, y qué presto! |
Cristina |
¿Qué dice vuesa merced, señor mío,
que no le entiendo? |
Solórzano |
Digo que no es ésta la cadena que yo
dejé a vuesa merced, aunque le parece: que ésta es de
alquimia, y la otra es de oro de a veinte y dos quilates. |
Brígida |
En mi ánima, que así lo dijo el vecino,
que es platero. |
Cristina |
¿Aun el diablo sería eso? |
Solórzano |
El diablo o la diabla, mi cadena venga, y
dejémonos de voces, y escúsense juramentos y
maldiciones. |
Cristina |
El diablo me lleve, lo cual querría que
no me llevase, si no es ésa la cadena que vuesa merced
me dejó, y que no he tenido otra en mis manos:
¡justicia de Dios, si tal testimonio se me levantase! |
Solórzano |
Que no hay para qué dar gritos; y más,
estando ahí el señor Corregidor, que guarda su derecho
a cada uno. |
Cristina |
Si a las manos del Corregidor llega este
negocio, yo me doy por condenada; que tiene de mí tan
mal concepto, que ha de tener mi verdad por mentira y mi
virtud por vicio. Señor mío, si yo he tenido otra
cadena en mis manos, sino aquesta, de cáncer las vea yo
comidas. |
Alguacil |
¿Qué voces son éstas, qué gritos,
qué lágrimas y qué maldiciones? |
Solórzano |
Vuesa merced, señor alguacil, ha venido
aquí como de molde. A esta señora del rumbo sevillano
le empeñé una cadena, habrá una hora, en diez ducados,
para cierto efecto; vuelvo agora a desempeñarla, y, en
lugar de una que le di, que pesaba ciento y cincuenta
ducados de oro de veinte y dos quilates, me vuelve ésta
de alquimia, que no vale dos ducados; y quiere poner mi
justicia a la venta de la Zarza, a voces y a gritos,
sabiendo que será testigo desta verdad esta misma
señora, ante quien ha pasado todo. |
Brígida |
Y ¡cómo si ha pasado!, y aun repasado;
y, en Dios y en mi ánima, que estoy por decir que este
señor tiene razón; aunque no puedo imaginar dónde se
pueda haber hecho el trueco, porque la cadena no ha
salido de aquesta sala. |
Solórzano |
La merced que el señor alguacil me ha de
hacer es llevar a la señora al Corregidor; que allá nos
averiguaremos. |
Cristina |
Otra vez torno a decir que, si ante el
Corregidor me lleva, me doy por condenada. |
Brígida |
Sí, porque no estoy bien con sus huesos. |
Cristina |
Desta vez me ahorco. Desta vez me
desespero. Desta vez me chupan brujas. |
Solórzano |
Ahora bien; yo quiero hacer una cosa por
vuesa merced, señora Cristina, siquiera porque no la
chupen brujas, o, por lo menos, se ahorque: esta cadena
se parece mucho a la fina del vizcaíno; él es
mentecapto y algo borrachuelo; yo se la quiero llevar, y
darle a entender que es la suya, y vuesa merced contente
aquí al señor alguacil; y gaste la cena desta noche, y
sosiegue su espíritu, pues la pérdida no es mucha. |
Cristina |
Págueselo a vuesa merced todo el cielo;
al señor alguacil daré media docena de escudos, y en la
cena gastaré uno, y quedaré por esclava perpetua del
señor Solórzano. |
Brígida |
Y yo me haré rajas bailando en la
fiesta. |
Alguacil |
Vuesa merced ha hecho como liberal y buen
caballero, cuyo oficio ha de ser servir a las mujeres. |
Solórzano |
Vengan los diez escudos que di
demasiados. |
Cristina |
Helos aquí, y más los seis para el
señor alguacil. |